viernes, 21 de agosto de 2015

La Comunidad Individual

La Comunidad Individual



A lo largo de nuestro desarrollo como personas y como seres sociales, nos vemos enfrentados día a día con una serie de situaciones en la cuales debemos hacer una toma de decisiones especifica basados en nuestra concepción del mundo y apelando a nuestros rasgos de personalidad más distintivos. Es así como en nuestro diario vivir, vamos forjando una identidad propia, y somos capaces de ubicarnos como seres individuales que hacen al mismo tiempo parte de una sociedad.
En una esfera muy personal, nuestras actuaciones y decisiones tienen un margen de afectación moderadamente restrictivo, dado que las consecuencias directas de dichas acciones se restringen a la esfera individual de la persona y, accidentalmente, a la demás personas que se encuentran a su alrededor, siendo cada vez menos perceptible la afectación conforme se va alejando de su centro. Esto funciona aparentemente bien pues como todos sabemos somos seres absolutamente morales, pues no tenemos opción de no serlo; todos actuamos conforme a las condiciones que nos generen felicidad en mayor grado, en un principio, y si somos seres basados en la sociabilidad y el respeto a la diferencia, trataremos que dichos actos influyan en menor grado a las personas de nuestro alrededor si están no redundan en su bienestar.

Es así como nuestra libertad de decisión, al vivir en comunidad, se vería en principio limitada por la única restricción del mismo derecho de libertad de los demás, bajo el entendido de que ningún ejercicio puede ser superior a otro, basándonos en el reconocimiento del otro como un igual y buscando las soluciones más óptimas para generar un estado de bienestar para ambos.
Estos valores exigen unos mínimos para que la convivencia se pueda dar en todos los escenarios, es decir, que se busca que la moralidad de cada persona sea consonante con la de los demás, permitiendo ejercer a su mayor exponente cada una de sus libertades. Basados en este supuesto, configuramos una serie de codificación ética, en el cual acordamos, taxativa o laxamente, una cantidad de principios que son indiscutiblemente necesarios para generar una sana convivencia, dado que los seres humanos somos por naturaleza seres sociales, que si bien podríamos tener un desarrollo aceptable como individuos, adhiriéndonos a un sistema cooperativo es cómo podemos explotar al máximo nuestras capacidades.

Según los neurocientificos, el hombre esta biológicamente programado para cooperar, pues desde la perspectiva evolucionista, somos los únicos seres capaces de tener un sentido claro de que los resultados cuando se trabaja en comunidad son mucho más efectivos que cuando se actúa como individuo, y no hace falta entrar en un largo debate filosófico para caer en la cuenta de esto.
El hombre es eminentemente un ser social, y está programado como ya lo dijimos, para ejercer esas actitudes colaborativas al interior de su comunidad; sin embargo, en la práctica, el planteamiento no resulta tan efectivo ni tan poético como se pensaría en un principio.

El mismo desarrollo evolucionista que se ha encargado de presentarnos progreso en forma de tecnología y concreto se ha dado a la tarea de levantar muros ideológicos entre nosotros mismos, pues hablar de un nexo capaz de unirnos como especie creo que rara vez en la historia de la humanidad se ha presentado. Lo cierto es que estamos divididos por una cantidad de arquetipos ideológicos, políticos, religiosos, sociales, que no solo se presentan como desiguales entre si, sino que además se encaran como enemigos, dando la impresión de que la subsistencia de uno implica inevitablemente la extinción eventual del otro.

Esto hace mucho más difícil ejercer una idea de una ética global, como ha hablado en repetidas veces Francesc Torralba, pues el ciudadano del común, además de identificarse con una convicción personal, es decir su carácter propio como persona, debe también formarse un carácter religioso, uno político, uno económico, y, aunque su actitud frente a cualquiera de estos aspecto sea indiferente o contraria, es imposible ignorarlos del todo, estas ideas se ven exponencialmente problemáticas al momento de integrarlas con las del resto de mi comunidad, de mi distrito, de mi país, mi continente, todo el proceso que debe pasar mi decisión y mi carácter para ser considerado como una verdad universal.

En el mundo de la filosofía, Immanuel Kant fue capaz de resumir este mismo pensamiento en un marco particularmente efectivo al enunciar dentro de su Imperativo Categórico 2 ideas que dibujan a la perfección el tema a tratar:

Fórmula del fin en si mismo:
         "Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio"

Fórmula de la autonomía:
"Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de fines"

El carácter de una persona que es capaz de obrar buen, siguiendo estándares éticos plenamente lógicos, basados en un respeto al prójimo  e instaurados de una forma lógica y ampliamente estudiada, podrían verse entorpecidos por la intervención de una comunidad viciada, pues si partimos de la base democrática de que la mayoría no se equivoca, entonces inevitablemente tendremos, que admitir, si la persona no comparte dicha opinión que el individuo está mal. Ideas de muchos pensadores pueden ser universalmente válidas y bien fundamentadas, argumentadas por un  sentido filosófico de la vida y la existencia que buscan permitir una convivencia armonios entre seres humanos, así como con su entorno, pero al ir estos ideales en contra de la mayoría, es os resultan eventualmente obsoletos y faltos del ímpetu necesario para ser aplicados o siquiera considerados.
Algunas decisiones tomadas por grandes comunidades tiene resultados evidentemente caóticos, autodestructivos y devastadores, que son obvios ante los ojos de cualquier ser dotado de intelecto, pero que por tener una aceptabilidad mayor dentro de un grupo específico de individuos que detentan cierto grado de poder, el suficiente para imponer sus decisiones de forma imperativa, resultan integradas al marco de pensamiento de la comunidad, dividiendo aún más una especia ya bastante fragmentada.

Es aquí cuando pareciera que se encuentra una dicotomía entre ser y comunidad, cuando el individuo no comparte la opinión de la mayoría y considera que su entorno está viciado por una serie de comportamientos comúnmente aceptados pero que no encajan con su propia configuración moral.
¿Existe acaso una posibilidad de que la persona obtenga un mejor desarrollo como individuo que como parte mecánica de una comunidad?

Una Primera respuesta obvia: No. Una respuesta pensada un poco más a fondo: cambie de comunidad. Una tercera y última respuesta: forme su propia comunidad, aunque tenga que hacerla solo.

Todas son absolutamente validas, pues después de haber levantado un panegírico a la programación intrínsecamente moral de cada ser, sería una contrariedad calificar alguna como errada o alejada de la verdad. Sin embargo, abordare la presente temática desde mi opinión moralmente valida.
Si arrancamos de la primera respuesta, el hombre no tiene posibilidades de sobrevivir sin una comunidad, pues núcleos tan básicos como el de la familia, los colegas, los amigos, son indispensables para el desarrollo del ser como un elemento social. Apliquemos estas parámetros a la primera infancia del individuo, para el cual, dichos parámetros resultan perfectamente aceptable y más aún necesarios; pero conforme al desarrollo físico, emocional e intelectual del individuo va avanzando, sus apegos, su necesidad de atención, de compañía, resultan cada vez menos útiles y prácticos, al punto en que podrían llegar a interrumpir su desarrollo como adulto. Por lo cual sería válido aceptar que en cierta etapa de la vida, el individuo puede desarrollarse plenamente como un individuo sin la necesidad de compartir con otras personas.

Respecto a la segunda respuesta, un cambio de comunidad no siempre es viable, puesto que en primer lugar, solo un estilo de vida muy particular dotaría de los recursos necesarios para que un individuo sea capaz de cambiar su entorno a uno que le parezca más placentero, y en segundo lugar, existe la opción de que, muy contrario a las expectativas iniciales, el nuevo ambiente se nos presente con iguales condiciones de corrupción, o estas mismas se vean en un grado muy superior a las anteriores.
Finalmente, si partimos de la idea de que un individuo puede convertirse en su propia comunidad, esta, en primer lugar, debe estar proyectada específicamente a la cultivación de virtudes que, por peligro de terminar identificadas como vicios, de parte de una sociedad ya contaminada, su única salida es resguardar sus proezas a un ámbito personal, en el que sus habilidades afloren y sean capaces de ser proyectadas al ámbito universal.

Un individuo puede transformarse en su propia comunidad, claro que sí, manteniendo la plena perspectiva de que lo que va a conseguir es muy superior a lo que sacrifica, que la única forma de conservar sus costumbres, las más arraigadas dentro de la esencia de su personalidad, es emprender la fuga, teniendo en cuenta que en su aislamiento es la única forma oportuna de ejerces dichas proezas sin interrumpir el libre desarrollo de las capacidades de la comunidad.

Por supuesto, esta idea hace ruido con el ideal altruista que se enmarca dentro de los esquemas éticos más universales, la solidaridad, el respaldo común y el mismo espíritu cooperativo que hace tan particular a nuestra especie y resuelve la empatía como un estilo de vida. Sin embargo, en el tema anteriormente planteado, el aislamiento no se busca como una forma de cambiar sistemas, de entrar el dilema encumbrado de los últimos valores apelables por la humanidad, sino que en este particular punto de vista, se enmarca plenamente como un instinto de conservación.

Finalmente, si bien se ha tomado en cuenta a través de las diferentes teorías éticas, que el altruismo tiene un componente biológico, lo que lleva a los seres humanos para cooperar entre si para alcanzar resultados de grado más alto que los que se conseguirían en un rango individual, vemos que muchas veces, en nuestro mundo real, las diferentes esferas sociales, de género, políticas, económicas y religiosas nos llevan a enmarcar comportamientos previamente programados para sentir empatía por algunos individuos cercanos y enfocar nuestro repudio hacia los contrarios, pues generalmente, en cualquier rama de cualquier ciencia sobre un tema cualquiera, primero nace una hipótesis; esta se somete a comprobación; y al convertirse en teoría, el primer filtro que debe pasar es el de la aceptabilidad, por lo que es bastante común que se genere una segunda hipótesis con el único interés de falsear a la primera.

En este orden de ideas, el dialogo resulta nuestra más poderosa fuente de conciliación entre partes con intereses distintos, pero mientras existan desigualdades que seccionen al grupo en diferentes lados del tablero, y no se considere a la contraparte como un igual atendiendo el mismo valor a las apreciaciones tanto de un lado como de otro, no se podrá hacer un ejercicio pleno del discurso, un elemento racional que debería identificarnos como humanos.




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